

Por Francisco Luciano*
El gobierno de Luis Abinader navega en un torbellino de contradicciones que lo aleja cada vez más de la estabilidad, la transparencia y la eficiencia prometidas en su campaña. Con un déficit presupuestario cercano al 5% del PIB —según datos del Banco Mundial—, el país se hunde en un endeudamiento que no impulsa el desarrollo, sino que apenas cubre gastos corrientes. La inversión pública se desploma, dejando a comunidades enteras con promesas de obras que se quedan en planos o, en el mejor de los casos, a medio terminar. El maquillaje de los discursos oficiales no resiste el escrutinio de la realidad.
Ante la falta de resultados tangibles, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) ha optado por una gobernanza basada en el espectáculo. Con millonarios recursos destinados a publicidad oficial —sin rendición de cuentas, pero repleta de eslóganes vacíos—, el gobierno intenta construir una narrativa de éxito que choca con la cotidianidad de los dominicanos. Como en la Roma de Juvenal, asistimos a un moderno “pan y circo”: farándula política, polarización y manipulación mediática para adormecer el juicio crítico. La migración haitiana, por ejemplo, se utiliza cíclicamente como cortina de humo para desviar la atención de escándalos, como el requerimiento de un regidor por la justicia estadounidense o la condena por narcotráfico de uno de los legisladores más votados del PRM.
Nadie en el gobierno se ha vuelto a referir jamás al denominado plan de seguridad denominado de ”Vuelta al Barrio” y después de cinco años de gobierno se incorpora otra oferta demagógica llamada “El V Plan de Acción de Gobierno Abierto de la República Dominicana” que solo busca entretener y distraer a población.
Otra táctica recurrente es generar caos con medidas impopulares que, tras el rechazo ciudadano, son retiradas con un falso aire de humildad. El guion es predecible: se lanza una propuesta cuestionable, se mide la reacción pública, se espera la indignación y, finalmente, se retrocede presentando la marcha atrás como un gesto del “presidente que escucha”. Pero esta estrategia ya no convence. Detrás del discurso de diálogo se esconde una improvisación peligrosa que erosiona la confianza ciudadana.
Entre las medidas que siguen este patrón destacan:
Económicas: El aumento de tarifas eléctricas (Resolución SIE-061-2022-TF) y la fallida reforma fiscal de 2021, ambas rechazadas por su impacto devastador en los sectores populares.
-Administrativas: Propuestas como limitar salarios en la administración pública o el opaco fideicomiso de Punta Catalina, que generó más desconfianza que soluciones. Sociales: Iniciativas como el carnet fronterizo y la ley contra la ciberdelincuencia, abandonadas tras críticas por su falta de claridad y viabilidad.
Un caso reciente ilustra esta dinámica: el intento de mutilar el Jardín Botánico Nacional. Mientras el ministro de Vivienda defendía la medida, el presidente la desautorizaba públicamente, generando confusión nacional. El resultado fue el restablecimiento del statu quo, pero el episodio revela algo más profundo: un gobierno que improvisa, que carece de criterios claros y que lanza globos de ensayo esperando que la presión ciudadana decida por él.
Lo que antes podía pasar desapercibido hoy despierta indignación. La ciudadanía dominicana, más informada y vigilante, ya no tolera promesas huecas. No son solo los partidos opositores los que señalan las obras inconclusas o los anuncios sin sustento; son los movimientos sociales, las plataformas digitales y las voces independientes desde los barrios, los campos y las universidades las que exigen resultados. Iniciativas como #NoMásPromesas en redes sociales no son meros hashtags: son el eco de un hartazgo colectivo.
El gobierno de Abinader está en una encrucijada histórica. Puede seguir gobernando con espejismos, apostando por la propaganda, las distracciones y un relato vacío. O puede rectificar, asumir una gestión honesta y planificada, priorizando a los sectores más vulnerables y actuando con decisión en salud, educación y empleo. La confianza no se recupera con discursos ni encuestas maquilladas; se recupera con hechos.
Porque cuando un pueblo despierta, ninguna campaña publicitaria puede silenciarlo. Y el pueblo dominicano ha despertado. La próxima vez que proclamen “promesa cumplida”, deberán demostrarlo con resultados concretos, no con titulares.
*Docente universitario y dirigente político
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