

Por Francisco Luciano
Ese al que miras con desdén, al que llamas «viejo» u «obsoleto» con un gesto de impaciencia. Ese cuyo paso lento y cansado parece estorbar tu prisa, cuyas historias repetidas te hacen rodar los ojos. Ese, sí, ese mismo, estuvo aquí mucho antes que tú.
Con sus manos curtidas, junto a sus amigos, cavó el pozo del que hoy bebes agua limpia. Fue él quien trazó el sendero que ahora recorres, quien convirtió un camino de tierra en la calle pavimentada por la que transitas sin pensarlo dos veces. Ese «viejo» que hoy te parece monótono, en su juventud tuvo tu edad, tu energía, tus sueños. Con valentía enfrentó los peligros de un mundo que no era tan amable como el que ahora conoces: ahuyentó las alimañas, despejó los obstáculos y reclamó con esfuerzo el territorio que hoy llamas hogar.
Fue él quien levantó los muros de la escuela donde aprendiste a leer y escribir. Con su sudor pagó los cuadernos y lápices con los que garabateaste tus primeras ideas. Cuando temblabas de frío, él te abrigó; cuando el hambre te apretaba, él te alimentó. Cada sacrificio suyo fue una semilla plantada para que hoy disfrutes de un presente lleno de posibilidades.
Y aunque a veces su voz te resulte cansada, sus palabras repetitivas no son más que el eco de una vida dedicada a construir. Él no pide medallas ni agradecimientos; no espera que le rindas homenaje. Llegó al mundo sin nada y se irá de la misma forma, con la humildad de quien dio todo sin esperar nada a cambio. Pero su legado, ese que hoy sostienes sin darte cuenta, es inmenso.
Míralo con otros ojos. Sus arrugas no son solo marcas del tiempo, sino mapas de una vida de lucha, amor y entrega. Sus historias, aunque repetidas, son lecciones de un mundo que no conociste, pero que te dio forma. Y algún día, cuando el espejo te devuelva el reflejo de tus propias canas, entenderás lo que significa ser el «viejo» de alguien más. Porque el tiempo no perdona: hoy eres joven, pero mañana serás quien mantenga el pozo, quien limpie el camino, quien cuente las historias que otros, con impaciencia, querrán callar.
Entonces, ¿no vale la pena detenerte un momento? Escucha con paciencia, respeta sus canas, honra su legado. Porque el respeto que hoy le ofrezcas al que vino antes no es solo un acto de gratitud, sino una semilla que plantas para el mundo que heredarán los que vendrán después de ti. En ese ciclo eterno de generaciones, todos somos eslabones de la misma cadena. Y cuando seas tú el que camine lento, el que repita historias, querrás que alguien te mire con la misma compasión y respeto que hoy puedes ofrecer.
El autor es docente universitario y dirigente político.
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