

Por Francisco Luciano
¿Qué ocurriría si una potencia como China decidiera proporcionar recursos para activar y fortalecer movimientos separatistas en regiones como Hawái, California o Texas, donde existen grupos que, aunque minoritarios, no temen manifestar sus aspiraciones independentistas? Esta hipótesis surge en respuesta a las acciones de Estados Unidos, que ha promovido el suministro de armamento a Taiwán, una medida que China considera una violación del principio de «una sola China», según el cual Taiwán es una parte inalienable de su territorio.
¿Cómo interpretaría el gobierno de Estados Unidos estas hipotéticas acciones chinas? ¿Las vería como un ejercicio de promoción de la democracia, como argumenta en el caso de Taiwán, o las consideraría un atentado directo contra su integridad territorial? Es probable que, en este escenario, la metáfora de que quienes lo intenten «serán devorados como corderos en la cueva de un tigre» se quedaría corta para describir la reacción estadounidense.
La historia y la geopolítica nos enseñan que las naciones defienden con firmeza su soberanía y unidad territorial. Así como Estados Unidos considera inaceptable cualquier injerencia externa que fomente la desestabilización interna, China percibe el apoyo a los sectores separatistas en Taiwán como una amenaza directa a su integridad nacional. La política de «una sola China» no es solo un principio constitucional para el gobierno chino, sino un pilar de su identidad histórica y cultural, respaldado por compromisos internacionales que Estados Unidos ha reconocido públicamente en múltiples ocasiones.
En este contexto, insistir en políticas que desafíen este principio podría tener consecuencias devastadoras. La milenaria cultura china, impregnada de un profundo sentido de orgullo nacional y respeto por su soberanía, no toleraría lo que percibe como una afrenta directa.
Si Taiwán, alentado por potencias externas como Estados Unidos o el Reino Unido, declarara formalmente su independencia, China podría responder con medidas extremas para proteger lo que considera su territorio legítimo. En un escenario de escalada, donde los taiwaneses separatistas fueran vistos no como compatriotas, sino como «invasores» desafiando la soberanía china, la respuesta podría ser contundente, incluso al punto de alterar irreversiblemente el statu quo en la isla de Formosa. Según los principios de la doctrina militar, cualquier entidad percibida como invasora debe ser repelida, expulsada o, en última instancia, neutralizada.
En lugar de alimentar tensiones que podrían conducir a un conflicto de proporciones catastróficas, las naciones deben apostar por el respeto mutuo y la diplomacia. Estados Unidos, como líder global, tiene la oportunidad de reafirmar su compromiso con el principio de «una sola China», permitiendo que las diferencias internas de ese país se resuelvan mediante el diálogo entre sus nacionales, sin injerencias externas. De manera similar, China debe continuar actuando con la moderación que ha mostrado hasta ahora y seguir buscando soluciones pacíficas que preserven la estabilidad en la región. Este enfoque no solo evitaría un enfrentamiento directo entre potencias, sino que también sentaría un precedente para que otras naciones respeten la soberanía y los procesos internos de sus pares.
La paz y la estabilidad global dependen del entendimiento mutuo y del reconocimiento de los principios que cada nación considera fundamentales para su existencia. En un mundo interconectado, donde las acciones de una potencia repercuten en todo el planeta, es imperativo que las grandes naciones, como Estados Unidos y China, prioricen el diálogo, la cooperación y el respeto recíproco. Solo así se podrá evitar el camino hacia el conflicto y construir un futuro donde la coexistencia pacífica sea la norma, no la excepción. Invitamos a todos los actores internacionales a reflexionar sobre el impacto de sus decisiones y a trabajar juntos por un mundo donde la soberanía de cada nación sea respetada y la paz sea el objetivo compartido.
El autor es docente universitario y dirigente político.
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