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EEUU en la encrucijada: violencia, polarización y declive

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La democracia estadounidense, otrora modelo de estabilidad institucional y justicia inquebrantable, enfrenta hoy una amenaza interna que se manifiesta en forma de violencia política creciente.

En este primer cuarto de siglo XXI, Estados Unidos ha pasado de vivir episodios aislados de extremismo a una espiral de ataques sistemáticos contra figuras públicas, instituciones y activistas, alimentada por una polarización político – afectiva sin precedentes.

Este fenómeno es reflejo de un proceso de erosión de la cohesión social que se acelera a medida que la violencia se generaliza, sino que se produce en paralelo y sin relación directa con el debilitamiento de la posición geopolítica de EEUU frente al ascenso de China como potencia comercial y tecnológica global, la resiliencia de Rusia ante las sanciones estadounidenses y europeas, y la consolidación del bloque BRICS como alternativa comercial futura.

DEMOCRACIA BAJO FUEGO

Desde el año 2000, EEUU ha vivido una serie de eventos que marcan un preocupante patrón de violencia política. El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, el intento de asesinato de Donald Trump en 2024, el ataque al esposo de Nancy Pelosi en 2022, y el asesinato de la congresista Melissa Hortman en 2025 son solo algunos ejemplos de una tendencia que se ha intensificado en los últimos cinco años y que nos deja, con el asesinato de Charlie Kirk, un nuevo testimonio sangriento de esta realidad.

Según la organización judía Liga Antidifamación, entre 2022 y 2024, se registraron 61 asesinatos por motivos políticos en Estados Unidos, y todos fueron cometidos por extremistas de derecha.

Aunque también se han documentado ataques de militantes demócratas o “de izquierda”, como el tiroteo del 14 de junio de 2017 en Virginia contra congresistas republicanos, en el que resultó herido el entonces coordinador de la mayoría de la cámara de Representantes, Steve Scalise.

La violencia ya no se limita a figuras nacionales: según la Iniciativa Bridging Divides de la Universidad de Princeton, en 2024 se registraron más de 170 incidentes de amenazas y acoso contra funcionarios locales, incluyendo jueces, en casi 40 estados de la Unión.

Varios gobernadores han sido blanco de amenazas en redes sociales, especialmente durante la pandemia y en contextos electorales. De hecho, en 2020, un grupo de extrema derecha intentó secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, afortunadamente, el FBI desmanteló el macabro plan, que incluía un juicio simulado y ejecución por “traición”.

En 2022, el esposo de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, Paul Pelosi, fue atacado con un martillo en su casa por un sujeto catalogado como “conspiracionista” que buscaba atacar a la congresista.

El estado de Minnesota, el mismo en el que fue asesinado George Floyd durante su arresto en 2020, fue escenario de un ataque múltiple contra el senador estatal demócrata John Hoffman y su esposa (sobrevivieron) y contra la presidenta de la Cámara de Representantes estatal, Melissa Hortman, y su esposo (asesinados).

Ambos atentados se produjeron la misma noche en las respectivas residencias de las víctimas y por un mismo agresor. El caso fue considerado un ataque político coordinado  

Así, en la escena política estadounidense el riesgo se ha democratizado y hasta el propio Donald Trump ya estuvo en riesgo de caer batido durante la campaña electoral.

EXPLICACIONES TEORICAS

La politóloga Rachel Kleinfeld, del Carnegie Endowment for International Peace, propone una clasificación en tres generaciones de estudios sobre polarización:

La polarización ideológica ocurre, originalmente, entre las élites políticas.

La polarización es usada como estrategia política por líderes para movilizar y radicalizar a sus bases, transmitiendo a los ciudadanos el rechazo ideológico, convirtiéndola en polarización afectiva.

La polarización afectiva se genera entre ciudadanos, donde el adversario se convierte en enemigo sin mediación ideológica, es sólo emocional.

Kleinfeld advierte que la polarización afectiva no causa directamente la violencia, (especialmente porque los primeros roces marcados por esta polarización ocurren en el entorno cercano de los ciudadanos) pero crea el entorno propicio para que actores políticos la justifiquen y la promuevan.

La autora apunta que esta dinámica se agrava por el sistema bipartidista estadounidense, que incentiva el antagonismo y la confrontación directa, dificultando la mediación y la cooperación institucional.

Por su parte, Shanto Iyengar, Yphtach Lelkes y Neil Malhotra documentan, en su trabajo “Los Orígenes y Consecuencias de la Polarización Afectiva en Estados Unidos”, cómo la identidad partidaria se ha convertido en una identidad social, generando una inusitada animadversión visceral entre demócratas y republicanos.

Este fenómeno, transforma el debate político en una guerra cultural, donde el otro no solo está equivocado, sino que representa una amenaza existencial.

DEMOCRACIA EN CRISIS

Autores como Sheldon Wolin y Norberto Bobbio han reflexionado sobre la fragilidad de la democracia moderna. Wolin habla de una “democracia administrada” y secuestrada por las corporaciones que genera un autoritarismo invertido, con masas desmovilizadas y apenas capaz de votar como único medio de ejercer la opinión pública.

Contrapone a ello una “democracia fugitiva”, efímera, en la que se impone la voluntad popular por medio de la movilización, pero que no es permanente por su misma naturaleza, porque es casi imposible la movilización popular permanente.

Por su parte, Bobbio advierte sobre la privatización del espacio público y el poder oculto como amenazas internas.

Según estos teóricos, la democracia estadounidense enfrenta una crisis de legitimidad y gobernabilidad profunda. El control corporativo del Estado, la desmovilización ciudadana, la desconfianza en las instituciones y la fragmentación social han debilitado el sistema, abriendo la puerta a discursos autoritarios y a la normalización de la violencia como herramienta política.

¿EE.UU. EN DECLIVE?

Mientras EE.UU. lidia con sus demonios internos, el escenario internacional se transforma. China, líder de facto del bloque BRICS, ha consolidado su influencia global mediante iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda y el Nuevo Banco de Desarrollo.

Su modelo de multilateralismo expansivo contrasta con el bilateralismo defensivo al que ha recurrido Washington en este siglo XXI, que le ha llevado a perder terreno en África, América Latina y Asia.

Además, la propuesta de Pekín de construir una Organización Global de Cooperación para el Desarrollo y la Seguridad parece ser una apuesta de largo plazo que no buscaría debilitar a la Organización de las Naciones Unidas, sino capitalizar el descontento del Sur Global ante la incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU para llevar justicia a los países menos desarrollados ante los desmanes de las potencias occidentales.

Rusia, por su parte, ha demostrado una sorprendente resiliencia frente a las sanciones occidentales, su alianza con China e India, junto con un despliegue estratégico con presencia militar en regiones clave, le han permitido mantener su influencia y desafiar el orden liberal liderado por Washington y secundado por una Unión Europea que parece

El bloque BRICS, ahora ampliado, se presenta como una alternativa al sistema financiero occidental que promueve el uso de monedas nacionales para evitar el impacto de las sanciones económicas de Washington y dejar atrás la dependencia del dólar, cuestionando la hegemonía económica de EEUU y proponiendo una arquitectura multipolar que favorezca a las potencias emergentes 

¿HACIA EL ABISMO?

La combinación de violencia política interna, polarización extrema y desgaste institucional coloca a EEUU en una posición vulnerable y muy peligrosa. Su capacidad de liderazgo global depende no solo de su poder económico y militar, sino de su cohesión interna, estabilidad democrática y confiabilidad como socio.

Si no se abordan las causas estructurales de la polarización, como el envejecido y poco claro sistema electoral, el rol de los medios de comunicación, la desigualdad social, o el excesivo poder de las corporaciones y los lobbys de financiamiento político, Estados unidos corre el riesgo de perder su influencia en un mundo que ya no espera por su liderazgo, sino que elige del abanico de oportunidades que ofrecen las otras potencias.

La violencia política en EEUU no es un fenómeno aislado, sino el síntoma de una democracia en crisis. Las teorías contemporáneas nos ayudan a entender cómo la polarización afectiva, la instrumentalización del odio y la fragilidad institucional han creado un caldo de cultivo para el extremismo.

En el plano internacional, el debilitamiento interno amenaza con acelerar el desplazamiento de EEUU como potencia hegemónica, en favor de un orden multipolar liderado por China, Rusia y los BRICS, en el que Washington seguirá siendo un actor muy relevante, pero que ya no albergará el poder que hoy tiene.

La pregunta ya no es si EEUU puede mantener su liderazgo global, más bien hay que preguntarse si podrá reconstruir su democracia antes de que sea demasiado tarde.

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