Estilo de vidaPortada

Consecuencias de la guerra en Gaza

Cuando hace dos años el dirigente supremo de Hamas en Gaza Yahya Sinuar ordenó la espantosa matanza del 7 de octubre que dejó unos 1.200 israelíes muertos y 251 rehenes capturados en las localidades israelíes fronterizas con Gaza, no podía prever todas y cada una de las consecuencias de la guerra que sabía que se avecinaba. Un escenario que sin duda esperaba e incluso deseaba era una salvaje guerra de represalia israelí.

La campaña israelí, de una crueldad inimaginable y que ha dejado más de 60.000 palestinos muertos (de los cuales, unos 20.000 combatientes de Hamas, un rasgo del que curiosamente se hace caso omiso) y las ciudades de Gaza reducidas a escombros (como ocurrió con el Berlín bombardeado en 1945), era precisamente el camino hacia la victoria palestina tal como Sinuar la concebía. La sangre palestina constituye, en buena medida, el combustible de la redención palestina y, si es posible, también el camino hacia la reivindicación de su revolución islamista.

Frente a él, Sinuar tenía un primer ministro israelí que carecía de cualquier noción realista sobre cómo poner fin a la guerra. Para Benjamin Netanyahu, la guerra era un ejercicio infinito de supervivencia política, una búsqueda esquiva de la salvación de su destrozado legado en tanto que “protector de Israel”, que era lo que presumía ser.

En los días previos al 7 de octubre, Netanyahu se dedicó en su arrogancia a felicitarse a sí mismo por los acuerdos de Abraham que habían enterrado la cuestión palestina como si nunca hubiera existido. Reforzó a Hamás con dinero de Qatar y ayudó a construir un monstruo militar a un tiro de piedra de las comunidades israelíes. Cuando llegó el 7 de octubre, la potencia militar más fuerte de Oriente Medio brilló por su ausencia. Y es así cómo la arrogancia engendra a la némesis.

Resulta irrelevante que Hamas sea o no derrotado, porque el golpe asestado al odiado ocupante es de proporciones históricas. Ha arrastrado a Israel a la guerra más larga de su historia y le ha causado numerosas bajas, miles de heridos y un número creciente de suicidios entre los soldados; ha provocado la liberación masiva de prisioneros palestinos de alto nivel, causado al país enormes costes económicos, un creciente aislamiento internacional y el afianzamiento de su imagen como un Estado sin ley sumido en una profunda división interna.

Hamas también ha logrado reavivar la cuestión palestina, suspendido lo que parecía una inminente normalización de las relaciones de Israel con Arabia Saudí y, por último, pero no menos importante, provocado un importante cambio estratégico en las alianzas como consecuencia del cual Estados Unidos consolida ahora su asociación con países como Qatar, Turquía y Arabia Saudí a expensas de Israel. Por lo tanto, la guerra supone una victoria psicológica que permanecerá grabada durante muchos años en la memoria colectiva del pueblo palestino. Todo esto por lo que hace al genio de Netanyahu como estadista brillante, que es lo que quiere hacernos creer que es.

La solución de dos estados no tiene sentido

Un escenario que Sinuar probablemente no podía haber imaginado era que Hamas, un grupo terrorista similar al Daesh e ideológicamente opuesto a la solución de dos Estados, se convirtiera en el favorito del universo progresista occidental. En ese proceso, han salido a la luz corrientes latentes de rechazo al Estado judío entre los votantes progresistas que nunca se han conformado con la idea del poder judío, encarnado hoy en la pericia militar de Israel, ni con el derecho de los judíos de ese entorno a su propia identidad, una minoría merecedora del mismo tipo de protección que cualquier otra.

Los judíos, que han estado al frente de todas las batallas progresistas justas, desde el llamamiento negro en favor la emancipación de los días de Martin Luther King hasta la revolución LGBT, quedaron indefensos en los campus y plazas públicas de Estados Unidos cuando más lo necesitaban. Las llamadas a su eliminación debían abordarse “en su contexto”, afirmaron las presidentas de tres universidades de la Ivy League. Una forma de antisemitismo (es de suponer que políticamente correcta) se extendió por el llamado universo progresista y sumió a los judíos en un dilema existencial en el que, por primera vez desde el Holocausto, se vieron de nuevo acechados por el espectro del fin de la vida judía en suelo europeo.

La ironía de la historia es que ahora buscaban protección en los brazos de la derecha populista antiislamista, algunos de cuyos miembros son herederos de Hitler y Mussolini. Desvincularse por completo de Israel o, por el contrario, apoyar y reforzar la posición de Israel como último refugio de la vida judía eran la clase de opciones a las que se enfrentaron entonces muchos judíos. Volvemos a los fundamentos de la condición judía en los tiempos modernos: el antisemitismo como elemento inflamable del proyecto sionista.

Rara vez, por no decir nunca, la historia ha conocido un caso similar de disparidad entre el alto grado de apoyo internacional del que goza un movimiento nacional y los escasos resultados de dicho apoyo. El cuidado internacional con el movimiento nacional palestino no tiene parangón en la historia moderna y, lo que no es menos importante, se encontraba en una encrucijada vital del conflicto, un obstáculo para llegar a un acuerdo. Entre los dirigentes palestinos, se interpretó a menudo como un estímulo implícito para persistir en su incapacidad casi innata para tomar decisiones y regocijarse, en cambio, por el declive de Israel hasta la posición de un Estado sentado en el banquillo del tribunal de la opinión internacional.

Palestina no está preparada para tener un Estado y en Israel nadie lo apoyaría

Desde la perspectiva de la tragedia palestina de los refugiados, la pérdida de la patria, los largos años de desposesión, la falta de hogar y el exilio, así como la privación de los derechos personales y nacionales, el espíritu palestino de reivindicación es totalmente comprensible. Sin embargo, la paz no suele tener que ver con la justicia, sino con la estabilidad. La tragedia del conflicto israelo-palestino surgió de ritmos históricos discrepantes. La historia del movimiento nacional moderno de los judíos (sobre todo, hasta la creación del Estado de Israel en 1948) se caracterizó por respuestas realistas a condiciones históricas objetivas. Los palestinos han luchado una y otra vez por soluciones del pasado, soluciones rechazadas por ellos mismos una o dos generaciones antes. Este pertinaz intento de hacer retroceder el reloj de la historia es la raíz de muchas de las desgracias sufridas por los pueblos de la región. ¿Acaso algún estadista europeo serio cree realmente que Israel aceptaría hoy, tras las calamidades del 7 de octubre y la guerra de Gaza, y con Hamas todavía como la fuerza más dinámica del nacionalismo palestino, un Estado palestino según las condiciones rechazadas una y otra vez por los palestinos en el pasado?Horizontal

Horizontal© Christian Mang / Reuters

El tsunami de condenas mundiales contra Israel por su despiadada guerra en Gaza resulta comprensible; menos comprensible es la resurrección instintiva por parte de una serie de dirigentes occidentales de la solución de los dos Estados, que regresa desde su sepultura en el desván de las ilusiones diplomáticas. La paz se produce cuando la madurez social y geopolítica se une a una dirección política ejemplar. Los años de hegemonía estadounidense tras la Guerra Fría, la voluntad de Rusia de empujar a sus antiguos clientes árabes hacia una Pax Americana en Oriente Medio, el extraordinario sentido de la misión de Bill Clinton en la cuestión de Palestina y dirigentes de la talla de Yaser Arafat, Yitzhak Rabin y dos de sus sucesores, Ehud Barak y Ehud Olmert, se combinaron para ofrecer esas condiciones ideales.

Hamas ha asestado a Israel en Gaza un golpe de proporciones históricas

Con todo, las partes se resistieron a sacrificar el núcleo interno de sus respectivos tabúes. En la actualidad, un EE.UU. diferente es el facilitador de la derecha israelí, Rusia es una potencia revisionista y antagónica en guerra con el Occidente liberal y la superpotencia emergente que es China se alegra de ver a EE.UU. atrapado en la ciénaga de Oriente Medio. No tiene vocación ni voluntad de ser un pacificador global.

La búsqueda liberal de la paz es una vocación occidental, no una preocupación china. Europa tiene vocación y una influencia considerable; por ejemplo, dispone de la amenaza de suspender su acuerdo de asociación con Israel. Sin embargo, Israel es una asunto que divide la Unión Europea. Al mismo tiempo, una potencia clave como Alemania se ve paralizada por el hecho de que Israel es su razón de estado ( staatsräson ). En Francia, Emmanuel Macron se encuentra sumido ahora en el ocaso de su vida política. Por desgracia, las fuerzas conservadoras de Israel depositan sus esperanzas en lo que parece ser el imparable auge de la derecha populista en Europa. El menguante bando pacifista israelí, destrozado y desmoralizado por sus irreparables derrotas, está digiriendo dolorosamente una realidad en la que el antiguo consenso sobre la pacificación ha quedado hecho trizas, arrollado de modo definitivo por la historia. El apoyo a la solución de dos Estados en Israel es escasísimo. Si se quiere ayudar a Netanyahu a perpetuar su control del poder, hay que convertirlo en el protector de Israel frente a la amenaza de la solución de dos estados. No hay ningún dirigente de la oposición israelí que declare sin tapujos que está más cerca de Macron que de Netanyahu en la cuestión palestina.

Tampoco los palestinos se muestran muy entusiasmados con el resurgimiento del tópico de los dos estados. Ya han pasado por eso antes y ya han visto las grandilocuentes cómo las promesas quedan desmentidas por la cruel realidad de la ocupación israelí. Según una encuesta palestina fiable, incluso hoy, en medio de la tragedia de Gaza, sólo 4 de cada 10 apoya la idea. La generación más joven prefiere un único estado binacional. Es posible que no hayan oído hablar de cómo la Yugoslavia multiétnica implosionó en una guerra civil de lo más sangrienta en el cambio de siglo, ni de la matanza de minorías (kurdos, drusos, yazidíes e incluso suníes y chiíes) en los países árabes vecinos.

La emancipación palestina podría darse en una Cisjordania confederada con Jordania

El movimiento nacional palestino aún tiene que responder a una simple pregunta. ¿Es la construcción de un estado un atributo que está dispuesto a respaldar de forma convincente? Salam Fayyad fue el último primer ministro palestino que intentó seriamente construir instituciones estatales, pero fue destituido en 2013 por su campaña contra la corrupción en la Autoridad Palestina y la insistencia de Hamas en que debía irse. No ha ocurrido nada bueno en Palestina desde que Fayyad se marchó afirmando que los palestinos no estaban en condiciones de crear un estado funcional. Hamas ha gobernado de forma efectiva el Estado de Gaza desde 2007. Sin embargo, lo ha hecho con una mano de hierro tiránica cuyo resultado es el actual Apocalipsis. Hamas no concibe la victoria como el camino hacia un estado democrático, sino como la forma de llevar a Israel al banquillo del tribunal de la opinión mundial, incluso si eso significa una indiferencia cínica ante el sacrificio de su pueblo frente a la tragedia bíblica perpetrada por el ejército israelí. Durante todo ese tiempo, sus fuerzas han disfrutado de abundante comida y protección física dentro de su universo de túneles. El historial de la más moderada OLP no ha sido más edificante. Convertir Israel en un estado paria y hacer menos agradable el refugio israelí fue siempre más importante que conformarse con lo que siempre sería, de modo inevitable, una solución política imperfecta. Pedir la creación de un estado palestino es una iniciativa noble. Sin embargo, como sabemos aquellos que estuvimos allí años antes que el francés Emmanuel Macron y el canadiense Mark Carney no es una panacea. Dios está en los detalles.

Los amigos de la paz en la comunidad internacional deben tener cuidado de no tratar lo imposible como indispensable, ya que, como hemos visto en el pasado, ésa ha sido la forma en que se ha perpetuado la tragedia de la nación ocupada. Esa brecha entre los futuros imaginados y las realidades tangibles ha sido durante mucho tiempo una característica de la diplomacia internacional en Israel/Palestina. La ocupación israelí de Cisjordania es uno de los sistemas más absolutos de vigilancia, desalojo y castigo colectivo de la historia imperial. Las interminables negociaciones sobre la creación de un estado sirven al ocupante como cortina de humo tras la cual el espacio vital palestino se ve constantemente comprometido y reducido. Se trata de un sistema de ocupación tan imbricado en el tejido de toda la sociedad israelí, su cuerpo político y su élite burocrática y militar, gran parte de la cual proviene de las filas del nacionalismo teocrático, que deshacerlo mediante el retorno a las fronteras de 1967 y la creación de un estado palestino a un tiro de piedra de Tel Aviv provocará casi con toda seguridad una guerra civil y el asesinato de quienquiera que firme tal acuerdo, suponiendo descabelladamente que el sistema pueda producir semejante dirigente. La situación palestina es un reflejo de lo anterior, con una salvedad: no hay ningún dirigente palestino con la legitimidad necesaria para firmar no sólo ese tipo de paz, sino cualquier otro.

Por extraño que parezca, gran parte del debate sobre la posguerra en Gaza se centra en el papel que se espera que desempeñen las superpotencias financieras del Golfo, todas ellas ajenas al conflicto. Sin embargo, son las partes directamente interesadas, Egipto y Jordania, para quienes el conflicto supone un desafío existencial, las que deben ser aprovechadas como pilares de una solución innovadora.

Cualquiera de las alternativas a la solución de dos Estados que pueda producir el sistema político israelí (una anexión de facto de los territorios ocupados acompañada de una limpieza étnica, o un intento desesperado de evitar el fin del estado judío en un Apocalipsis demográfico de mayoría árabe mediante una convergencia unilateral de la mayor parte de los asentamientos civiles, manteniendo al mismo tiempo el control militar sobre Cisjordania y Gaza) son escenarios inquietantes para Egipto y Jordania.

Los judíos se han visto acechados por el antisemitismo como nunca desde el Holocausto

El mapa de Oriente Medio es una representación esquemática de las complejas y fluidas realidades políticas y étnicas de la región. Así, se suponía que el Reino de Jordania estaba separado de Palestina, pero hoy en día el 60% de su población es palestina. El restablecimiento del statu quo ante bellum en Cisjordania, devolviéndola a Jordania, que la perdió en la guerra de 1967, sería un ahistoricismo en todo punto fantasioso.

Otra cosa muy distinta sería la emancipación palestina en una Cisjordania confederada como parte de un Estado jordano-palestino, un objetivo que el difunto rey Hussein siempre creyó firmemente alineado con “el destino compartido de Jordania y Palestina, una cuestión de historia, experiencia, cultura, economía y estructura social compartidas, una confluencia de intereses”. En esencia, significaría volver a los parámetros de la conferencia de paz de Madrid de 1991, en la que la causa palestina estuvo representada por una delegación jordano-palestina. Los acuerdos de Oslo, de los que surgió la solución de dos estados, fueron un intento fallido de eludir el concepto de Madrid.

Fuente LA VANGUARDIA

The post Consecuencias de la guerra en Gaza appeared first on Prensa y Gente.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba
Translate »
Enable Notifications OK No thanks