

Por Ramón Colombo/FOGARATE
Estoy seguro de que si Juan Pablo Duarte no hubiera dicho aquello de «…o se hunde la isla» (sin negociar con los reyes de España, sin un acuerdo deshonroso con uno que otro incipiente acreedor de la banca europea y sin negociar la bahía de Samaná con un posible futuro imperio); de no haberse rebelado contra el stablishment (¿cómo vino a ocurrírsele hablar de justicia social, de igualdad, de patria generosa para todos sus hijos?); de no haber sido tan bueno y tan patriota; de haber sido un buen «político» (en el peor sentido de la palabra), seguramente que todos los días del año, y no sólo en su nacimiento y muerte, recordaríamos a Juan Pablo Duarte.
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