Dominicanos abandonados a su suerte: El clamor de una comunidad en el olvido
Por: Olga Capellán
Recientemente, un reportaje televisivo en España nos confrontó con una verdad dolorosa y vergonzosa. Una compatriota, entrevistada por niños, revelaba que su hogar era el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid y su cama, los fríos bancos de los pasajeros. Esta imagen, más allá de la anécdota, es un crudo reflejo de una realidad que grita en silencio en el corazón de Europa.
Este testimonio enciende de inmediato el bombillo de la indignación y la curiosidad. La mente se llena de cuestionamientos apremiantes: ¿Dónde están las autoridades de nuestra embajada, los servicios consulares y las demás instituciones dominicanas desplegadas en España, supuestamente para proteger a nuestros ciudadanos? ¿Qué papel juega el Instituto de Dominicanos y Dominicanas en el Exterior (INDEX), cuya misión principal es precisamente esta?
La respuesta, lamentablemente, parece ser un eco vacío. La ausencia de estas entidades es una afrenta, no solo a la dignidad de nuestros connacionales, sino a la propia razón de ser de estas oficinas, financiadas con el sudor del pueblo.
Y la pregunta se extiende a otras figuras: ¿Dónde están esas supuestas asociaciones y líderes sociales que se reparten premios y reconocimientos por una labor en favor de la comunidad que, a la luz de estos casos, parece ser meramente nominal? ¿Dónde se encuentran los diputados de la circunscripción 3 de Europa, cuya presencia solo se materializa cada cuatro años, con la única intención de buscar el voto, para luego desaparecer en el abismo de la indiferencia?
Es una realidad ineludible: esta dominicana no es un caso aislado. Son muchos, demasiados, los hombres y mujeres de nuestra tierra que atraviesan situaciones calamitosas, precarias y profundamente preocupantes en suelo extranjero.
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Honestamente, hay que decirlo sin ambages: los dominicanos y dominicanas en el exterior están abandonados a su suerte. Las instituciones públicas dominicanas encargadas de velar por ellos son, en gran medida, inoperantes e infuncionales. Se han convertido en meras nóminas para pagar personal que rara vez cumple con su misión, que no acude al llamado del necesitado y que, en esencia, no representa a nadie más que a sus propios intereses.
Esta situación no solo desgasta la fe en el Estado, sino que también deshonra el esfuerzo y el sacrificio de millones de dominicanos que, con su trabajo en el extranjero, sostienen en gran parte nuestra economía. El Presidente Luis Abinader, con sus buenas intenciones, se ve saboteado por un entramado institucional que, lejos de ser un brazo extendido del gobierno, se ha convertido en un obstáculo que arroja esas buenas voluntades al vacío.
Es un grito de alerta: la negligencia de hoy es la vergüenza de mañana. La diáspora dominicana merece un Estado que la proteja, no que la ignore.
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