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El árbol quiere la paz, pero el viento no lo deja

Por Francisco Luciano

Cuando eres una persona de paz y tu vecino te dirige palabras fuertes, incluso arrojando residuos a tu patio, intentas dialogar con él. Te parece que han alcanzado un acuerdo, pero pronto regresa a los mismos comportamientos. Al ser más alto y corpulento que tú, podría interpretar tu enfoque civilizado como una señal de debilidad, lo que lo anima a persistir.

Tú respondes con firmeza, pero él, además de su ventaja física, te amenaza con un arma, plantado frente a la puerta de tu casa, elevando la voz y esperando que cedas o te retires.

Mientras tanto, tú te preparas, orientas a tu familia y tratas de razonar una vez más. Sin embargo, él no parece captar el mensaje; su intención parece ser que abandones tu hogar, dejes a los tuyos y, además, intenta cuestionar tu reputación ante una comunidad que, por temor al conflicto, opta por no intervenir o permanece en silencio.

Mantienes la calma, contienes tu frustración, pero no te rindes. Sigues intentando persuadirlo, sabiendo que si la situación escala, no habrá vuelta atrás y podría desatarse un conflicto grave. Porque, bajo ningún concepto, puedes permitir que invada tu espacio y tome lo que no le corresponde. Eso se llama dignidad y firmeza, principios fundamentales que definen la esencia de un pueblo soberano.

Esta analogía ilustra la dinámica actual entre Venezuela y Estados Unidos. Durante décadas, Venezuela ha buscado resolver sus diferencias mediante el diálogo y la diplomacia, priorizando la paz regional y el respeto mutuo. Sin embargo, las sanciones económicas, las declaraciones firmes y las acciones indirectas han aumentado la tensión, interpretando la moderación venezolana no como una posición de fuerza, sino como vulnerabilidad. Ejemplos históricos incluyen intervenciones en América Latina durante la Guerra Fría y en otros países soberanos, donde argumentos como la «democracia» o la «seguridad» han justificado influencias externas, a veces pasando por alto el derecho a la autodeterminación.

Sigo creyendo que las tensiones en el Caribe no irán más allá de las declaraciones, a pesar de la presencia militar estadounidense y las operaciones contra supuestos «narco barcos», confiando en que la razón y la presión internacional prevalezcan sobre decisiones impulsivas; pero si mi percepción resulta errónea, podríamos enfrentar el riesgo de una crisis que afecte a toda la región sudamericana por un período prolongado, involucrando a naciones vecinas en ciclos de inestabilidad económica y desafíos humanos no deseados.

Por ello, es esencial hacer un llamado urgente al diálogo para reducir las tensiones y evitar confrontaciones. Las naciones deben reunirse con humildad y respeto, reconociendo que la paz no se logra mediante la fuerza, sino a través del entendimiento mutuo. Sobre todo, es importante que las grandes potencias respeten las decisiones soberanas de cada pueblo, sin interferir en sus asuntos internos ni usar su influencia para presionar o desestabilizar. Solo así, el árbol podrá disfrutar de la calma que anhela, y el viento aprenderá a soplar en armonía, beneficiando a todos con un mundo más justo y equitativo.

El autor es docente universitario y dirigente político.

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