

Por Milton Olivo*
La política dominicana entra en su ciclo de efervescencia. Con el 2028 en el horizonte, ya se mueven piezas, se activan campañas soterradas y se ensayan narrativas para seducir electores. Pero en medio del ruido, una pregunta clave se impone con fuerza entre los sectores más lúcidos del Partido Revolucionario Moderno (PRM): ¿Para qué existe hoy el partido?
No es una pregunta trivial. El PRM, que emergió como una promesa de renovación ante el agotamiento del viejo orden, enfrenta hoy su prueba más profunda: no es si ganará o no las próximas elecciones, sino si aún tiene una misión histórica que lo justifique. Y esa respuesta no la tienen ni las cúpulas ni los estrategas de campaña. La tienen las bases.
La hora de decidir: conciencia o exclusión
El mayor desafío del PRM no es externo. Está en su interior. Las bases —esa militancia dispersa, trabajadora, muchas veces frustrada— están llamadas a decidir qué tipo de partido quieren construir. Si no lo hacen, corren el riesgo de ser ignoradas o excluidas de las grandes decisiones, convertidas una vez más en simples piezas de una maquinaria electoral que se activa cada cuatro años y luego las olvida.
La historia está plagada de partidos que traicionaron su origen popular para transformarse en plataformas de intereses privados. ¿Repetirá el PRM ese ciclo?
Dependerá de si sus bases se reconocen como actor político, como sujeto con conciencia de clase, o si caen en la trampa de votar por quienes les niegan representación real.
¿Razonan o son manipulables?
La interrogante es incómoda, pero necesaria: ¿Están actuando las bases del PRM como ciudadanos racionales, conscientes de su poder y del proyecto colectivo al que pertenecen, o actúan por inercia manipuladas por discursos vacíos, por la publicidad invasiva, o por la efímera simpatía de los que más tienen para invertir en imagen siguiendo línea de intereses ajenos a la clase social que representan las bases?
En múltiples procesos internos del partido hemos visto cómo líderes genuinos, coherentes, con trayectoria de lucha en favor del pueblo, son desplazados por figuras sin contenido ideológico, pero con mayor capacidad económica o respaldo de grupos poderosos. ¿Quién gana con eso y quién pierde? ¿Las clases sociales marginadas que representan las bases del partido o los intereses que logran infiltrarse para controlar desde dentro?
El dilema ético: traicionarse o defender la causa
Cada miembro de la base, cada dirigente medio, cada militante tiene hoy un dilema que no es sólo político, sino moral: ¿Actuar en favor de la clase que representan o traicionarse buscando un beneficio individual apoyando individuos que no representan sus intereses?
¿Seguir repitiendo los mismos errores, debilitando al partido desde adentro, o protagonizar una refundación que lo devuelva a su raíz: la justicia social y la lucha por una República Dominicana para todos siguiendo el ideal y el ejemplo de Peña Gómez?
Porque cuando los votos se negocian al mejor postor, cuando el poder se entrega sin conciencia, el resultado es siempre el mismo: un partido sin alma y una base desmovilizada, desilusionada y —al final— usada.
La historia no espera
El 2028 no será solo una elección más. El PRM tendrá que elegir entre profundizar su vocación transformadora o resignarse a ser otra estructura vacía de contenido, útil para unos pocos, pero irrelevante para la mayoría.
Las bases tienen en sus manos la posibilidad de evitar ese destino. Pero para ello, deben despertar, organizarse y actuar con plena conciencia política de clase. Que es comprometerse con propuestas e individuos comprometidos con la justicia social.
De lo contrario, serán arrastradas por las corrientes del clientelismo, el oportunismo y el olvido. No basta con ganar elecciones. La verdadera victoria es construir un país justo.
Y eso sólo es posible si los que más luchan son también los que deciden y actúan en función de sus intereses de clase, no siguiendo líneas, buscando salvarse individualmente, traicionándose.
*El autor aspira a la secretaria general nacional del PRM
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