

Por Milton Olivo
Aprovechando la iniciativa presidencial de la “Republica de las Ideas”, me motiva a exponer una pesada reflexión que hace tiempo cargo sobre mis hombros: Creo que la República Dominicana, como muchas economías en desarrollo, enfrenta un dilema macroeconómico que define el rumbo de su soberanía financiera: ¿Continuar por la senda del endeudamiento externo o iniciar la construcción institucional e intelectual hacia la independencia financiera?
Aunque esta encrucijada ha sido históricamente reconocida, lo preocupante es la evidente ausencia de un marco de políticas económicas coherentes que prioricen lo segundo, para evitar lo primero. En este artículo me propongo explorar las raíces del problema, sus consecuencias y las alternativas que podrían estructurarse en favor de una transformación profunda que nos lleve a la independencia financiera.
I. La normalización del endeudamiento externo
Desde la partida del Generalísimo Trujillo, el endeudamiento externo ha sido una herramienta fiscal común para cubrir déficits presupuestarios, estabilizar la balanza de pagos o financiar proyectos de infraestructura. En el caso dominicano, el endeudamiento ha crecido de manera sostenida, alcanzando niveles que, si bien aún se consideran manejables en relación al PIB, imponen presiones crecientes sobre el gasto público futuro y la estabilidad macroeconómica.
¿Por qué se recurre tanto al endeudamiento externo?
1. Falta de ahorro interno suficiente.
2. Fragilidad de la base tributaria.
3. Dependencia estructural de importaciones y turismo.
4. Debilidad institucional para diseñar e implementar reformas estructurales.
5. Injustos privilegios fiscales para algunos sectores privilegiados (Zonas Francas, Turismo, Minería, Transporte y combustibles (subsidios y exenciones selectivas, Latifundios, etc.)
6. Déficit en la balanza de pago, por priorizar las importaciones a la producción nacional.
7. Ausencia de pago de impuestos por los sectores latifundistas por el uso de la tierra que es un bien común.
El resultado es un modelo de crecimiento altamente dependiente del financiamiento externo, lo que impone restricciones significativas a la autonomía de la política económica.
II. El Costo de la Dependencia Financiera
La deuda externa no es gratuita. Más allá del pago de intereses y amortizaciones, el verdadero costo radica en la pérdida progresiva de capacidad de decisión soberana. Los compromisos financieros limitan el gasto social, condicionan la política monetaria y exponen al país a los vaivenes de los mercados internacionales y los organismos multilaterales.
Además, el financiamiento externo puede fomentar una cultura política de inmediatez, donde las soluciones rápidas y el aplazamiento de reformas estructurales se convierten en norma. Esto alimenta un círculo vicioso de:
• Bajo esfuerzo fiscal.
• Alta exposición al riesgo cambiario.
• Débil planificación presupuestaria a largo plazo.
III. ¿Es posible la independencia financiera?
Sí, pero requiere una revolución intelectual, institucional y política. La independencia financiera no significa autarquía, sino la capacidad de financiar el desarrollo económico de forma sostenible, sin recurrir sistemáticamente al endeudamiento externo.
Para transitar hacia este nuevo paradigma se necesita:
1. Reforma fiscal integral. Ampliar la base tributaria, combatir la evasión y crear un sistema progresivo que financie eficientemente al Estado.
2. Planificación presupuestaria plurianual. Con reglas fiscales que limiten el déficit estructural y mejoren la calidad del gasto.
3. Política industrial y tecnológica. Para sustituir importaciones estratégicas y diversificar la matriz productiva.
4. Fortalecimiento institucional. Garantizar transparencia, rendición de cuentas y eficiencia del gasto.
5. Educación económica en todos los niveles. Para que la ciudadanía comprenda y exija decisiones responsables.
IV. El Obstáculo Mayor: La Construcción Intelectual Ausente
El verdadero dilema no es técnico, sino intelectual y político. El país carece de un proyecto nacional de desarrollo que privilegie la independencia financiera como objetivo estratégico. Las élites económicas y políticas no han impulsado un debate serio sobre las consecuencias de la deuda ni sobre los caminos posibles hacia una mayor autonomía económica.
Esta carencia de construcción intelectual se refleja en la ausencia de una narrativa de país que no esté subordinada a los mercados de capital o a los lineamientos de organismos multilaterales. Sin un discurso alternativo, no habrá voluntad de cambio.
El dilema existencial de la República Dominicana no es simplemente entre deuda o no deuda. Es entre seguir postergando el diseño de un Estado moderno y autosuficiente, desarrollando los diversos sectores económicos potenciales o asumir la responsabilidad histórica de no construirlo.
La independencia financiera no se decreta, se construye con instituciones y voluntad política, reformas, ideas, trabajo, e incremento de las exportaciones. Y maximizar los beneficios de los recursos naturales y enfocar los recursos al desarrollo de los diversos sectores económicos potenciales.
El camino hacia una soberanía económica real, estoy profundamente convencido que es lo que representa el verdadero cambio que el pueblo anhela, aunque sea un camino largo, complejo y lleno de resistencias. Pero también es el único camino que puede garantizar un crecimiento sostenible, inclusivo, soberano, con generación de empleos, mejora de salarios e incremento del nivel de vida para las presentes y futuras generaciones dominicanas. Y el sendero para hacer realidad una Quisqueya potencia.
El autor es escritor y analista político.
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