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El Ego del Político Mediocre en el Poder

Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor

Por: Becker Márquez Bautista

El político mediocre es un personaje tristemente familiar y muy conocido entre nosotros. Se trata de una figura que, al obtener un mínimo de poder, se vuelve impermeable a la crítica y a la corrección. Su ignorancia no se manifiesta en la falta de conocimiento, sino en la arrogancia de creer que lo sabe todo. Este tipo de líder no busca rodearse de mentes brillantes ni de opiniones diversas, sino que prefiere escuchar a sus «lambiscones», aquellos que le reafirman constantemente lo que ya quiere oír.

Este político no se detiene ni un segundo a escuchar las críticas, sean estas constructivas o destructivas. Su accionar siempre está basado en la megalomanía, en la convicción inquebrantable de que él siempre tiene la razón y de que todo el mundo a su alrededor está equivocado. Cada observación que pone en duda su pensamiento es vista como un ataque personal, no como una oportunidad para crecer. La humildad y el autoconocimiento son virtudes ausentes en su agenda, sustituidas por un ego desmedido que lo aísla de la realidad.

El mayor peligro de un mediocre en el poder no es su falta de conocimiento, sino la arrogancia que le impide reconocerlo. Su verdadera amenaza radica en la ceguera y la ineptitud que lo llevan a tomar decisiones basadas en el ego, no en la competencia. Incapaz de escuchar críticas, se rodea de aduladores que validan su visión limitada, creando un ecosistema de obsecuencia que asfixia la innovación y la disidencia.

Les invito a leer el libro del filósofo canadiense Alain Deneault, «Mediocracia: Cuando los mediocres llegan al poder». En él, Deneault analiza, con un estilo ingenioso, cómo las aspiraciones mediocres que invaden la sociedad terminan por producir ciudadanos también mediocres. Si la meritocracia es el gobierno de los mejores, la mediocracia sería el gobierno de los mediocres. Según el filósofo que enseña pensamiento crítico en Montreal, «los mediocres han tomado el poder».

El mayor reflejo de la mediocridad política se encuentra en su incapacidad para resolver los problemas de fondo. En lugar de desarrollar políticas sostenibles que impulsen la educación, la economía o la salud, estos líderes optan por el espectáculo. Así, en una sociedad mediocre y hambrienta, sus diputados reparten cuatro huevos y cinco guineítos verdes. Este gesto, grandilocuente y vacío, es una dolorosa muestra de que la gestión pública ha sido reemplazada por la caridad superficial, perpetuando un ciclo de dependencia en lugar de promover el verdadero progreso.

Es preciso resaltar que este tipo de actitud no aporta absolutamente nada. Lejos de contribuir a rescatar la moral de la decencia y la honestidad, el político mediocre solo siembra desconfianza y erosiona las bases de la democracia. Al rechazar la crítica, se niega a sí mismo la posibilidad de corregir sus errores y, en el proceso, condena a la organización que lidera y a la sociedad que pretende servir a una inevitable espiral de ineficiencia y mediocridad.

Reflexión y un llamado al pueblo dominicano

La presencia de políticos mediocres en nuestra sociedad es un riesgo que no podemos subestimar. Estos individuos son un reflejo de los peores vicios de la política, y su ascenso y permanencia en el poder son un síntoma de un problema más profundo: la apatía y la falta de discernimiento en el electorado.

Por ello, el llamado al pueblo dominicano es claro: aprendamos a diferenciar entre un líder genuino y un simple fantoche con poder. El verdadero liderazgo no reside en la grandilocuencia o la arrogancia, sino en la capacidad de escuchar, de reconocer los errores y de rodearse de personas más inteligentes que uno. Un líder auténtico no le teme a la crítica, la busca activamente porque sabe que es la única manera de mejorar.

Es nuestra responsabilidad, como ciudadanos, desenmascarar a los políticos que se creen infalibles. No debemos aplaudir a los que se aíslan en sus propios egos, sino exigir a quienes nos representan que sean humildes, transparentes y, sobre todo, competentes. La calidad de nuestra política y el futuro de nuestra nación dependen, en última instancia, de nuestra capacidad para dejar de ser cómplices de la mediocridad y empezar a demandar la excelencia que merecemos.

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