El Negocio del Conflicto
Cuando la industria prospera con la guerra y olvida la paz
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
La economía global revela una paradoja inquietante: mientras millones sufren crisis humanitarias, las industrias de países desarrollados encuentran en los conflictos su negocio más rentable. Esta realidad expone un sistema de valores
profundamente distorsionado.
La reconversión hacia el armamento
Volkswagen, otrora símbolo de la movilidad civil, explora ahora la fabricación de vehículos blindados junto a Rheinmetall. Compañías tecnológicas como Palantir redirigen sus innovaciones hacia sistemas de vigilancia militar. La razón es clara: los contratos de defensa ofrecen márgenes superiores y demanda garantizada.
Rheinmetall incrementó sus ingresos 30% en 2024 gracias a la demanda de tanques y municiones. Esta prosperidad contrasta con el estancamiento de sectores dedicados al desarrollo humanitario.
Las cifras de la indiferencia
Los números son reveladores. La Unión Europea destinó más de 240 mil millones de euros a defensa en 2023, mientras la ayuda humanitaria global apenas alcanzó 30 mil millones. Esta proporción de ocho a uno no es casualidad: la guerra vende, la paz no genera dividendos inmediatos.
A nivel mundial, los países de la OCDE gastaron 2.2 billones en defensa versus 204 mil millones en ayuda al desarrollo. La disparidad revela prioridades políticas deliberadas que privilegian la destrucción sobre la construcción social.
El caso haitiano: paradigma del olvido
Haití ejemplifica esta economía de la indiferencia. Más de 700,000 personas han sido desplazadas por la violencia, la
mitad niños. El 50% de la población enfrenta inseguridad alimentaria y la infraestructura básica está colapsada.
Sin embargo, ninguna empresa de países desarrollados ha reconvertido sus fábricas para producir equipos médicos, sistemas de purificación de agua o tecnología de reconstrucción para Haití. La razón es simple: no hay contratos millonarios ni gobiernos con chequeras abiertas.
El potencial desperdiciado
Las mismas tecnologías que fabrican drones militares podrían desarrollar soluciones humanitarias. Las baterias de Tesla podrían alimentar clínicas rurales. Los sistemas logísticos de Volkswagen podrían optimizar la distribución de ayuda. La inteligencia artificial de Palantir podría
coordinar reconstrucción en zonas de crisis.
Pero la lógica de mercado actual no incentiva esta reconversion. Los gobiernos subsidian generosamente la industria militar mientras la ayuda al desarrollo debe justificarse constantemente ante legisladores escépticos.
La complicidad institucional
Los gobiernos no son observadores pasivos sino participantes activos. Los subsidios militares, contratos garantizados y promoción de exportaciones de armamento crean un ecosistema que favorece sistemáticamente la producción bélica sobre el desarrollo humano.
Esta dinámica genera consensos políticos para la guerra pero debates interminables para la solidaridad internacional. El resultado es una economía que prospera con la destrucción mientras permanece indiferente ante la reconstrucción.
Reflexión final
La concentración de recursos en armamento mientras se desatienden crisis como la haitiana no representa una fatalidad económica inevitable, sino decisiones políticas específicas que pueden modificarse. Poseemos la capacidad técnica para abordar simultáneamente seguridad y desarrollo, pero nos falta voluntad política.
En un mundo donde la innovación sirve sistemáticamente a la destrucción pero no
a la esperanza, construimos un futuro donde el sufrimiento de los más vulnerables se convierte en el precio aceptable de la prosperidad de unos pocos. Esta no es solo una cuestión de justicia, sino de sostenibilidad civilizacional.
La historia juzgará severamente a una época que poseía las herramientas para eliminar el sufrimiento evitable pero eligió, por rentabilidad, mantenerlo como una banalidad aceptable del progreso económico.
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