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El poder y el liderazgo: Entre la moral y la ambición

Por Francisco Luciano

La historia de la humanidad ha estado marcada por una lucha constante y, a menudo, despiadada por el poder. En todos los niveles de la estructura social, económica y política, las personas se agrupan, forman alianzas y se organizan con un objetivo común: alcanzar el poder. Este fenómeno es universal, observable tanto en grandes estructuras como el Estado, partidos políticos o empresas, como en espacios más pequeños como asociaciones de vecinos, sindicatos o clubes sociales. En cada uno de estos contextos, la elección de un líder despierta aspiraciones, rivalidades y, en muchos casos, conflictos que, mal gestionados, pueden fracturar la convivencia de manera irreversible.

En el ámbito político, el poder tiende a consolidarse en una persona o grupo cuando se controla el aparato estatal, lo que otorga una ventaja inherente. Desde esta posición, el ocupante del poder se convierte en un líder y, con frecuencia, comienza a creerse predestinado. A su alrededor, los oportunistas ofrecen lealtad a cambio de favores, mientras que algunos colaboradores abusan del nombre del «líder» para obtener beneficios. Este entorno crea una corte que aísla al líder del contacto directo con las personas, generando una distorsión de la realidad. Cuando el líder pierde su posición, descubre que los halagos y la adulación no eran hacia su persona, sino al cargo que ocupaba. Ejemplo de esto se observa en líderes políticos que, tras dejar el poder, son abandonados por quienes antes los rodeaban, como ocurrió con algunos expresidentes que pasaron de ser figuras centrales para enfrentar el olvido o el rechazo público.

El poder, sin embargo, tiene un ciclo que muchos olvidan: las tres «P» del poder: Pesa, Pisa y Pasa. Aquellos que usan su posición para oprimir, abusar o imponerse, a menudo terminan desacreditados, perseguidos o incluso maltratados. Este ciclo, aunque evidente, se repite constantemente porque quienes están «hinchados» de poder pierden la humildad, se endiosan y olvidan que el poder es efímero. Un ejemplo histórico es el de figuras como Nicolás Maquiavelo, quien en su obra El Príncipe advertía sobre los peligros de gobernar solo con temor y no con respeto, un consejo que muchos líderes ignoran, cayendo en el descrédito tras su paso por el poder.

Afortunadamente, no todos los liderazgos se basan en la ambición o el control de recursos. Existen liderazgos de origen moral, fundamentados en la reputación, la transparencia y el compromiso genuino con los demás. Estos líderes no dependen de cargos ni de promesas vacías; su influencia radica en sus palabras, acciones y en el impacto que generan en sus seguidores. A diferencia del líder de posición, que ordena y manda, el líder moral sugiere, acompaña y convence. Mientras el líder de posición ve a sus seguidores como herramientas o «tontos útiles», el líder moral los considera compañeros y hermanos. Un ejemplo icónico de liderazgo moral es Nelson Mandela, quien, tras años de prisión, lideró con su ejemplo de reconciliación y humildad, inspirando a una nación a superar el apartheid sin recurrir a la venganza. Otro ejemplo es Malala Yousafzai, cuya lucha por la educación de las niñas se basa en su integridad y valentía, ganándose el respeto global sin necesidad de un cargo político.

El liderazgo moral tiene el poder de transformar sociedades, porque se sostiene en la confianza y el respeto mutuo. Este tipo de liderazgo no busca vencer o someter, sino inspirar y promover cambios que beneficien a la colectividad. Al fortalecer la educación, consolidar la democracia y fomentar el progreso, el líder moral crea oportunidades para que los ciudadanos mejoren sus vidas, dejando un legado duradero que trasciende el tiempo.

El poder siempre es y será pasajero, pero el impacto de un liderazgo moral es eterno. En un mundo donde la ambición y el oportunismo a menudo dominan, elige ser o seguir a un líder que inspire, que camine junto a los demás y que construya con integridad. Cuyo legado no sea el peso del poder, sino la huella imborrable de sus acciones. ¡Los verdaderos lideres se levantan cuando caen, porque lo son de corazón y buscan transformar el mundo con la fuerza de sus valores!

El autor es docente universitario y dirigente político.

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