Los Balcanes: El abandono de Occidente ante un Futuro incierto

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Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
Treinta y cinco años han transcurrido desde la caída del Muro de Berlín, y los Balcanes permanecen como la herida abierta de Europa. Mientras el continente celebra décadas de paz y prosperidad, esta región que una vez fue ejemplo de convivencia multiétnica bajo el liderazgo visionario de Josip Broz Tito, se ha convertido en el recordatorio perpetuo de que la historia europea no ha terminado de escribirse, y que sus capítulos más oscuros pueden repetirse cuando la voluntad política y el compromiso
internacional flaquean.
La Grandeza Perdida de Yugoslavia
¿Quién hubiera imaginado, observando la Yugoslavia de los años 70, que aquella federación prospera y respetada internacionalmente se desintegraría en una orgía de violencia étnica? Tito había logrado lo imposible: crear un Estado socialista independiente de Moscú, una economía próspera que permitía a los yugoslavos viajar libremente por Europa, y una sociedad donde un bosnio musulmán podía casarse con una serbia ortodoxa sin que nadie alzara una ceja.
El mariscal croata había construido más que un país; había forjado una identidad. Yugoslavia era sinónimo de los Países No Alineados, de una diplomacia inteligente
que navegaba entre bloques, de una cultura vibrante que exportaba películas, música y literatura. Belgrado era una capital cosmopolita, Dubrovnik un destino turístico de élite, y Sarajevo el símbolo de la coexistencia de tres religiones bajo un mismo cielo.
Esa Yugoslavia murió con Tito en 1980, pero su agonía se prolongó una década. Lo que vino después fue la demostración más brutal de cómo el nacionalismo puede devorar décadas de progreso civilizatorio en cuestión de años
El Presente: Un Mosaico de Autoritarismos
Hoy, los herederos de aquella Yugoslavia próspera son una colección de Estados disfuncionales. Serbia, bajo el control
férreo de Aleksandar Vučić, ha consolidado un autoritarismo híbrido que mantiene las formas democráticas mientras controla medios, justicia y sociedad civil. El país oscila entre Rusia, China y Europa, jugando todas las cartas sin comprometerse con ninguna, perpetuando una ambigüedad estratégica que le permite sobrevivir pero no prosperar.
Bosnia-Herzegovina representa el fracaso más evidente de la ingeniería constitucional occidental. Los Acuerdos de Dayton, celebrados en 1995 como el triunfo de la diplomacia internacional, han creado un monstruo administrativo: un Estado con dos entidades, tres pueblos constituyentes, catorce gobiernos y una presidencia rotatoria que cambia cada ocho meses. Milorad Dodik amenaza rutinariamente con la secesión de la
República Srpska, convirtiendo cada ciclo electoral en una crisis existencial.
Kosovo, ese territorio que declaró su independencia en 2008 con el apoyo de Occidente, permanece como un Estado parcial, no reconocido por Serbia y dependiente de la presencia militar internacional para su supervivencia. Las tensiones en el norte de mayoría serbia se mantienen a temperatura de ebullición, con episodios recurrentes de violencia que recuerdan que la paz es frágil y condicional.
El Cansancio de Occidente: Cuando Europa Mira hacia Otro Lado
El problema fundamental de los Balcanes en 2025 no reside únicamente en sus dinámicas internas, sino en el creciente desinterés de Occidente. La Unión Europea, que una vez prometió integrar a toda la región, sufre ahora de fatiga de ampliación. Tras la traumática experiencia del Brexit y los desafíos del populismo interno, Bruselas ya no tiene apetito para asumir nuevos Estados problemáticos.
La perspectiva de membresía europea, que durante décadas sirvió como el incentivo supremo para la democratización y reconciliación, se ha convertido en una zanahoria que se aleja constantemente del burro. Montenegro lleva 15 años en negociaciones. Macedonia del Norte cambió su nombre para complacer a Grecia y aún espera. Albania cumple los criterios técnicos pero choca contra el escepticismo político. Serbia finge negociar mientras cultiva sus vínculos con Moscú y Beijing.
Estados Unidos, el garante último de la estabilidad regional desde los años 90, ha retirado progresivamente su atención. Washington tiene preocupaciones mayores en el Indo-Pacífico, Oriente Medio y la contención de China. Los Balcanes han pasado de prioridad estratégica a problema de gestión de crisis. El regreso de Donald Trump al poder solo profundizará este desinterés, priorizando transacciones bilaterales sobre compromisos multilaterales de larga duración.
La Ventana de Oportunidad que se Tranca.
Esta combinación de disfuncionalidad interna y desinterés occidental crea las condiciones perfectas para una nueva
escalada. Los datos son reveladores: los ataques a periodistas en Serbia aumentan cada año, los juicios por crímenes de guerra se dilatan indefinidamente, y la violencia contra minorías persiste sin consecuencias. En Kosovo, la explosión del canal de agua en noviembre de 2024 y las acusaciones mutuas entre Pristina y Belgrado muestran cuán fácilmente pueden reanudarse las hostilidades.
China y Rusia han identificado esta ventana de oportunidad. Beijing invierte masivamente en infraestructura serbia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, creando dependencias que eventualmente se traducirán en influencia política. Moscú mantiene sus vínculos tradicionales con Serbia y la República Srpska, proporcionando respaldo diplomático y energético que socava las
condicionalidades occidentales.
El resultado es una región cada vez más polarizada, donde los actores locales juegan con las rivalidades de las grandes potencias mientras las instituciones democráticas se erosionan y las divisiones étnicas se perpetúan.
Un Futuro Oscuro
Si las tendencias actuales persisten, los Balcanes occidentales enfrentan un futuro de estancamiento prolongado, punctuado por crisis recurrentes que mantendrán la región en un estado de tensión permanente pero manejable. Este «statu quo dinámico» podría prolongarse indefinidamente, con costos humanos y económicos enormes.
En el peor de los casos, la reducción de la presencia internacional podria abrir espacio para nuevos conflictos. La secesión de la República Srpska desataría una crisis en cadena que afectaría a toda la región. Una escalada en Kosovo podría arrastrar a Serbia a un conflicto que ninguna de las partes puede permitirse, pero que la logica nacionalista podría hacer inevitable.
Yugoslavia fue, en su momento, un experimento exitoso de convivencia multiétnica en una región históricamente fragmentada. Su desintegración violent dymostró que décadas de progreso civilizatorio pueden deshacerse en años cuando fallan las instituciones y se abandona el compromiso con el diálogo.
Hoy, mientras Europa celebra ochenta
años de paz, los Balcanes nos recuerdan que esa paz no es automática ni irreversible. Requiere inversión, atención y compromiso sostenido. La alternativa—el abandono calculado de una región entera—no es solo una negligencia moral, sino una miopía estratégica que Europa pagará caro en el futuro.
La pregunta no es si los Balcanes enfrentarán nuevas crisis, sino si Occidente tendrá la voluntad de prevenirlas o simplemente gestionarlas después de que sea demasiado tarde. La historia sugiere que cuando Europa mira hacia otro lado en los Balcanes, la región encuentra formas dramáticas de reclamar su atención.
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