Margaret Atwood: “La América de Trump se acerca cada vez más a ‘El cuento de la criada’”
Las cosas nunca son como parecen sino que todo está atravesado por profundas corrientes subterráneas. Los habitantes de Toronto lo saben bien pues, con sus 30 kilómetros de pasillos bajo tierra –la ciudad subterránea más grande del mundo–, aprenden desde niños que hay una vida arriba y otra abajo.
Su escritora viva más importante, Margaret Atwood (Ottawa, 1939) nos muestra ahora, por primera vez, todo aquello que latía bajo sus ficciones en las memorias Libro de mis vidas (Salamandra), que se publica el próximo jueves 6 de noviembre. Atwood, risueña, elegante, cargando una bolsa de compras y acompañada de una amiga, no parece la autora de una de las distopías más vendidas del mundo (El cuento de la criada, 1985). Recibe a este diario en la biblioteca de la Universidad de Toronto, el mismo día en que ha atendido a Dua Lipa por videoconferencia (la cantante tiene un podcast de libros).
Destino
“Si creces en el bosque, sin electricidad ni agua corriente ni cines, tu vida serán los libros”
Lejos de autoglorificarse, se presenta como una mujer bien normal. ¿Fue una decisión previa?
En algunas memorias y autobiografías los autores presentan una versión inflada de sí mismos y omiten las partes malas. Pero para mí, unas memorias son lo que uno recuerda, con frecuencia tonterías que uno hizo, cosas estúpidas que hicieron otras personas, catástrofes y sorpresas. Uno no recuerda qué desayunó a menos que lo anote en su diario. Y eso puede ser bastante aburrido. Así que incluyo las cosas que me impresionaron, que suelen ser cosas fuera de lo común aunque, sin embargo, ocurrieron en el entorno de una vida bastante normal. No viví en la miseria ni en la opulencia. Eh, no soy Marcel Proust. Y, además, añadiré que los canadienses, por regla general, no se glorifican a sí mismos.
¿Y cómo fue su infancia?
La gente busca una fórmula: si tienes cierto tipo de infancia, te convertirás en una persona creativa. Lo cierto es que las personas creativas tienen infancias muy diferentes. Lo único que puedo decir al respecto es que, si creces en el bosque, como yo, sin electricidad ni agua corriente, sin televisión, mucho antes de los teléfonos, sin cines, sin escuela, sin ópera, sin sinfonías, pero con muchos libros… acabas siendo científico, escritor, bibliotecario, algo que tenga que ver con los libros.
Acoso
“Las niñas actúan como una corte bizantina, con chismes, secretos, grupitos…”
Describe el acoso que sufrió de niña por parte de su compañera Sandra. ¿Qué ha pretendido?
¿Las niñas pequeñas pueden ser malas? Sí, y mucho. Es un tipo de maldad diferente a la de los niños. Los niños tienden a ser más jerárquicos: hay un chico que manda y los demás están abajo, sometidos. Normalmente se basa en alguna habilidad que tenga el chico, como ser bueno en fútbol. Y esa estructura de poder es muy estable. Pero las niñas pequeñas son más como una corte bizantina, con chismes, secretos, grupos de pertenencia y grupos de exclusión… Incluso ahora, cuando las niñas se han vuelto posiblemente más físicas, sigue siendo así. Y es más voluble: la abeja reina de hoy puede ser la marginada de mañana con mucha facilidad. ¿Me fue útil esta experiencia? Por supuesto, los escritores lo aprovechan todo y yo lo convertí en mi novela Ojo de gato (1988).
Usted pasó de víctima a verdugo…
Pasada la infancia, años después, nos hicimos amigas, en la adolescencia. Pero, para entonces, la persona cruel era yo.
¿Cómo eran sus padres?
Nacieron en Nueva Escocia en la primera década del siglo XX. Mi padre, en 1906. Mi madre, en una granja, en 1909. Ella era patinadora y montaba a caballo. Mi padre creció en una zona muy remota que no tuvo electricidad hasta 1959, todo funcionaba como en el siglo XIX. Y, gracias a su interés por los insectos, logró ascender en el mundo de la entomología hasta convertirse en profesor de la Universidad de Toronto, no estoy segura de que eso sea posible hoy en día. También pasaron por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Vivieron sin automóviles, tuvieron los primeros teléfonos, escucharon las primeras emisiones de radio, vieron las primeras películas y luego la televisión y los inicios de internet.
Fuente LA VANGUARDIA
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