Un día a la vez

Trump va erosionando Estados Unidos
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Eduardo Cornejo De Acosta
Todos en algún momento de nuestras vidas, sobre todo quienes trabajan temas internacionales o geopolíticos, hemos escuchado hablar sobre la teoría de la guerra de distracción o del chivo expiatorio.
Desde las llamadas potencias se achacaba este fenómeno a los países del sur global, a sus dictadores, para lograr mantenerse en el poder.
Eso es falso, está más que demostrado que cuando el norte global, su sistema capitalista, entra en crisis; “resuelven” sus problemas creando guerras.
Recordemos el crack financiero, la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial, que es quizá el ejemplo más simbólico.
Estas guerras de distracción no son nuevas en Occidente. Eso de crear guerras internacionales viene desde hace muchos siglos.
Un ejemplo, citado por el propio Nicolás Maquiavelo en El Príncipe, es cuando el Rey Fernando v de Aragón uso el conflicto con Granada para ganarse el apoyo de la elite de Castilla.
Esas guerras sirven para crear cierto grado de cohesión dentro del país, logran que se tenga una visión propia de unidad, hacen que la preservación del grupo, del país, sea lo esencial y que se perciba el peligro externo como una amenaza existencial para toda la nación.
Algunos líderes están convencidos de que planteando una política internacional agresiva, hostil, se crea una imagen del enemigo externo para lograr el apoyo político necesario.
Toman medidas para mantenerlo, y si ven que no les funciona plenamente, no dudan en incrementar la agresividad.
Pero hay políticos que combinan la teoría de la guerra de distracción con la teoría del enemigo necesario.
Es decir trabajan, sobre todo en este mundo de fake news y de inmediatez de las redes, narrativas falsas sobre supuestas amenazas.
Estas teorías, en estos tiempos de guerras híbridas, no necesariamente muestran dos fuerzas militares frente a frente. Hoy existen métodos más sutiles, aunque igualmente letales.
Allí están los ataques financieros, los bloqueos comerciales, la infiltración en gobiernos e instituciones enemigas. Allí están los ciberataques. Las campañas sicológicas.
Existen personajes que también aplican esas teorías contra su propia población.
El ejemplo más estridente lo tenemos en Donald Trump.
El actual inquilino de la Casa Blanca ha hecho de sus posturas agresivas, hostiles, un hecho distintivo. Sus amenazas a China, Rusia, India, Venezuela, Irán, a la misma Unión Europea, a movimientos como Hamas, y hasta a supuestos carteles o bandas criminales, lo convierten en uno de los presidentes más belicosos de la historia. Su problema es que nada garantiza que saldrá airoso de sus aventuras, de las que normalmente suele recular.
Un talón de Aquiles reside en que no logra cohesionar a sus compatriotas, no logra que se identifiquen con sus impromtus, ni tampoco logra un respaldo político mayoritario.
Trump no es un estadista, su perfil es el de un líder de guetos. Es el de un jefe tribal que prefiere fanáticos a seguidores pensantes, críticos.
Las opiniones contrarias suelen descolocarlo y hacen que él vea como enemigos a sus cuestionadores. Sus acciones llevan a un estado de permanente crispación.
Por eso, cansados de su estilo, de su prepotencia, el 18 de octubre millones de estadounidenses salieron a las calles de importantes ciudades a una gran jornada de protesta que denominaron: No Kings.
Fueron nutridas manifestaciones en 2.600 ciudades a lo largo y ancho del país, también hubo otras en pequeñas ciudades de los 50 Estados.
Las concentraciones convocadas bajo el lema “No Kings”, (no reyes, en inglés) criticaban que Trump se maneje como un monarca, violentando permanentemente la Constitución estadounidense.
Nueva York, Chicago, Houston, Seattle, Los Angeles, albergaron las concentraciones más concurridas. Estas marchas se produjeron mientras hay un cierre parcial del Gobierno, mientras han sido despedidos miles de trabajadores federales, mientras se efectúan brutales e ilegales persecuciones contra inmigrantes y coincide con el arbitrario despliegue de tropas de la Guardia Nacional en varias ciudades lideradas por miembros del Partido Demócrata. Estos son actos agresión contra sus propios compatriotas.
Aquel día pudieron verse discursos, carteles, pancartas y folletos, donde se invita a que la gente vote el 4 de noviembre donde se elegirán autoridades locales en varios estados, se invitó a prepararse para los comicios legislativos nacionales de 2026.
No han faltado las críticas sobre las políticas trumpistas contra la inmigración, los derechos de las personas LGTBI, especialmente las transexuales, y la cobertura sanitaria.
Se le criticó por intentar imponer su poder en la Reserva Federal, por haber atacado al titular de esa institución, por atacar sin pruebas a gobernadores, alcaldes, y a personajes de la comunidad de la inteligencia.
Se le acusó por sus ataques contra los medios de comunicación, contra los periodistas. Los asistentes creen que esos ataques indiscriminados contra esos contrapoderes afectan la democracia del país.
Tienen claro que en estos 300 días en la Casa Blanca, Trump está decidido a imponer su agenda sin importar ni respetar la Constitución.
Su formas de gánster irritan, porque la monarquía, los reinados, la tiranía, no están contemplados en la legislación norteamericana.
Quienes apoyan a Trump han calificado las manifestaciones como una expresión de «odio contra America» y una nueva obstrucción demócrata en plena suspensión de la actividad del Gobierno.
En un extenso reportaje publicado en su portal web, CNN señalaba que un presidente empapado en la tradición constitucional podría haberse sentido ofendido por las afirmaciones de que actúa como un rey.
“Pero Donald Trump y su séquito respondieron con burlas a las protestas ‘No King’ del fin de semana, en las que participaron millones de estadounidenses, adoptando la narrativa de una manera que explica su creciente arrogancia y la creencia de que tiene un poder sin límites”, señaló.
El mandatario, como su vicepresidente, J. D. Vance, publicaron en las redes sociales memes creados por inteligencia artificial donde se mostraba a Trump con una corona.
En una imagen se ve al mandatario piloteando un avión de combate con la inscripción “KING TRUMP”, desde el que se arrojaba agua contaminada sobre los manifestantes.
Vance mostró destacados líderes del Partido Demócrata arrodillados y suplicantes ante el actual inquilino de la Casa Blanca.
“La publicación de Trump no solo es infantil, sino que también revela un desprecio notable por los decenas de millones de estadounidenses a los que supuestamente lidera y por el concepto de la libertad de expresión democrática”, afirmo CNN.
El mensaje es claro y repetitivo: no hay lugar para quienes no lo apoyan y muestra que está dispuesto a obligarlos a alinearse.
Lo venimos señalando, la forma en que se maneja Trump acelera la fractura del país, incrementa la polarización. Trump se empeña en gobernar para sólo una parte del país, para sus seguidores: entre estos hay gente muy fanatizada, ligados a grupos supremacistas.
Volviendo al reportaje de CNN, creen que “a medida que el comportamiento de Trump se vuelve más autoritario y la oposición crece —desde protestas en las calles hasta más universidades que se niegan a ceder ante su voluntad ideológica, y jueces que detienen temporalmente sus órdenes de enviar tropas a ciudades estadounidenses—, las tensiones y divisiones aumentan”.
Su consabida arrogancia, la adulación que lo rodea, impiden que ni siquiera cuestione sus decisiones más polémicas.
Cuando le hicieron ver que muchas personas estaban protestando contra su gobierno, dijo que los asistentes estaban “locos”.
“Cuando miras a esas personas, no representan a la gente de nuestro país”, dijo a los periodistas a bordo del Air Force One.
En esa línea Karoline Leavitt, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, expresó que la base del Partido Demócrata estaba compuesta por “terroristas de Hamas, inmigrantes ilegales y criminales violentos”.
Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes, definió las protestas como concentraciones de “odio a Estados Unidos” formadas por el “ala proHamas” y “la gente de Antifa”.
Nada de autocrítica, sólo la negación del otro. Es la característica de Trump y su peculiar corte de aduladores.
Para el presidente de EKAI Group, Adrián Zelaia, lo que está ocurriendo en Estados Unidos es el reflejo de una profunda fractura social y política que, a su juicio, no se había visto desde la Guerra de Secesión. Cree que la sociedad estadounidense se encuentra dividida entre el movimiento trumpista y el establishment tradicional vinculado al Partido Demócrata. En ese contexto, cree que los intentos de atentado o amenazas contra Donald Trump, durante la campaña presidencial, no resultan sorprendentes, ya que considera que forman parte de un clima de creciente polarización y de un enfrentamiento estructural dentro del propio país. Cree que las manifestaciones callejeras antiTrump podrían escalar hacia episodios de violencia civil generalizada, si las tensiones entre el trumpismo y los sectores del poder establecidos se intensifican.
“Una guerra civil abierta solo se produciría en caso de que una parte del ejército o una masa armada significativa se enfrentara a otra”, afirma.
Claro, a lo que dice Zelaia debemos agregar que Estados Unidos tiene un altísimo nivel de drogadicción y es el país con más personas armadas. Drogas y armas son una peligrosa combinación. No en vano Estados Unidos es el país con más masacres perpetradas por civiles.
La narrativa de Trump es peligrosamente polarizante, sus seguidores son mayoritariamente fanáticos que creen tener una misión salvadora, con alto componente religioso, para los que sus adversarios encarnan el mal, la destrucción de Estados Unidos.
Del otro lado existen personas que sienten haber sido despojados de sus derechos y libertades. Esa división se da en todos los estamentos de la sociedad, incluyendo el militar, llega hasta las élites.
Además, Trump se ha sumado otro poderoso enemigo que puede dañarlo mucho en su frente interno: George Soros. Trump lo ha acusado de terrorista y pretende encerrarlo en prisión. Soros tiene mucha influencia en el ámbito mediático, militar, en el manejo del Estado y tiene capacidad para potenciar a los adversarios de Trump.
El poco tino del mandatario republicano ayuda a Soros. El descontento en las calles crece, es inocultable, así los trumpistas se aferren al negacionismo.
Los grandes imperios, Roma el caso más notable, no cayeron por invasiones extranjeras, erosionaron ellos mismos. Malos líderes le dieron el puntillazo final. En todo caso, la falta de cohesión, de unidad, fueron dos factores importantes para el colapso. Con Trump en modo arrogante, y sus colaboradores más cercanos festejándole sus deslices, no habrá cohesión ni unidad.
El recurso de las guerras de distracción en el exterior ya parecen no ayudarle, al contrario, le generan resistencia interna. Las guerras de distracción y la teoría del enemigo necesario en el frente interno, tampoco.
Eso de que los demócratas son terroristas de Hamas ya es difícil de creer, de culpar a los migrantes de todos sus problemas le funcionó a Hitler con los judíos, pero ahora es más complicado. Trump, un día a la vez, está erosionando su país.
The post Un día a la vez appeared first on Prensa y Gente.

